Madrid- La historia de Miguel Sebastián en La Moncloa bien podría servir, bajo el título «Motivos personales», de guión para un filme de intriga, salpimentado con unas gotitas de conspiración y algo de relaciones sentimentales. Sus inicios se remontan al arranque de la andadura de José Luis Rodríguez Zapatero al frente del PSOE, una vez derrotado José Bono por un puñado de votos en las primarias de 2000.
Por aquellas fechas, el flamante secretario general del PSOE, ávido de ampliar su círculo de conocidos, contactó con el actual candidato al Ayuntamiento de Madrid, gracias a los buenos oficios del ex gobernador del Banco de España Luis Ángel Rojo. Desde un primer instante, el carisma del economista cautivó al joven político, virgen aún en cuestiones económicas. Entre ambos surgió la chispa, el feeling... cimientos sólidos de una larga relación de amistad, que aún hoy perdura.
Equipo listo
El roce y el paso del tiempo hicieron el resto. Hasta tal extremo Zapatero quedó deslumbrado por el ex asesor del BBVA que le encargó, junto a Jesús Caldera, la elaboración del programa económico de sus primeros comicios generales, los del 14 de marzo de 2004. Meses antes de la cita con las urnas y cuando nadie apostaba ni un céntimo por su victoria, el candidato socialista, convencido de su estrella, perfiló su equipo de Gobierno.
Al menos, así se lo comunicó a un compañero de partido, que ahora ocupa una cartera en su Gabinete. Por supuesto, en esa relación de nombres figuraba en un lugar destacado el de Sebastián. El presidente le había reservado nada más y nada menos que la Vicepresidencia económica. Diez días antes de las generales, el propio Zapatero confirmó en público esta oferta.
El anuncio llenó de satisfacción al economista. No era para menos. Sin embargo, para sorpresa de propios y extraños, renunció a saborear el poder que confiere a quien lo ocupa el sillón del despacho de Alcalá 9, cuartel general del Ministerio de Economía en Madrid. Una vez más, los motivos personales afloraron en la relación de Zapatero y Sebastián.
«Miguel le explicó con detalle las razones que le impedían asumir el cargo», relata un asesor de La Moncloa. «No quería convertirse en el talón de Aquiles del presidente y, aunque José Luis (Rodríguez Zapatero) se mostró dispuesto a lidiar con ese Miura, Miguel declinó la oferta». Su vida privada pesó más que el ascenso al monte Olimpo de los economistas.
Sus motivos personales le llevaron, una vez más, a renunciar al prestigio, al reconocimiento y a semejante broche de oro para su carrera. Pero Zapatero no se dio por vencido. El presidente no estaba dispuesto a desvincularse tan fácilmente de uno de sus más estrechos colaboradores. Ante su insistencia, Sebastián le propuso asesorarle, eso sí, en la sombra, en un discreto segundo plano.
La resistencia numantina del economista a asumir la Vicepresidencia forzó entonces al presidente a buscar a marchas forzadas al que se convertiría en el «número tres» de su Ejecutivo. Por unanimidad de la familia socialista, Pedro Solbes volvió a la que fue su «casa» hasta 1996. Solventado el equipo de Gobierno, Zapatero ofreció a Sebastián la Dirección General del departamento de Economía del Gabinete de la Presidencia, que desde la época de Adolfo Suárez se encarga de asesorar al presidente en cualquier cuestión económica que surja.
El ahora candidato a Madrid aceptó encantado el cargo. «Era un traje a su medida: mucho poder, pero en la sombra, ajeno a los focos de los medios de comunicación». Pese a que le encajaba a la perfección, le puso un pero: él quería figurar en el organigrama con el rango de secretario de Estado y no con el de director general, como sus antecesores en el puesto.
Zapatero no lo dudó ni un solo minuto y convirtió la histórica Dirección General del Departamento de Economía del Gabinete de la Presidencia en la Oficina Económica del Presidente (OEP). El número de asesores adscritos al departamento aumentaron en consonancia con el rango de la Secretaría de Estado.
Así, de los cinco con los que contaba Román Escolano (actualmente en el BBVA), último director general del departamento en el Ejecutivo de Aznar, Sebastián estreno el cargo con 33, incluidos tres directores generales. Con el tiempo, este número se reduce hasta los 27 miembros que componen hoy en día la Oficina, incluido David Taguas, quien relevó en el cargo a Sebastián en noviembre pasado.
Según aterrizó en La Moncloa, Sebastián creó una superestructura paralela al Ministerio de Economía, ante la pasividad del presidente, que, en todo momento, le dejó hacer. Sin embargo, la OEP mantuvo las funciones de la antigua Dirección General, aunque la llegada del actual rival de Gallardón puso punto y final a la austeridad del pasado.
El asesor económico convirtió la Oficina en un auténtico lobby de poder. Por sus manos pasaron todas las cuestiones trascendentes en la materia (reformas fiscales, opas de eléctricas...). Durante dos años, llevó las riendas de la economía del país a su antojo, sin tener en cuenta los criterios de Pedro Solbes. Con este despliegue de autoridad, intentó recuperar lo que su vida personal le había arrebatado meses antes.
Agazapado en su despacho monclovita, comenzó a dirigir los hilos de la economía del país a su capricho. Actitud que pronto le enfrentó a Solbes. Pero el vicepresidente económico no ha sufrido en silencio las permanentes desautorizaciones de Sebastián. Harto de esta situación, el vicepresidente ha puesto su cargo a disposición de Zapatero en más de una ocasión. Sin embargo, el dirigente socialista, de momento, lo ha convencido para que continúe.
El ex presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) Manuel Conthe denunció
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